Anagaviera en ocasiones escribe

viernes, 28 de octubre de 2011

2003: LOS TERRORES DE OCÉANO

El susurro de Leviathán II. Chema López.
Los terrores del Océano
(A propósito del supuesto cierre cartaginés del Estrecho de Gibraltar)

Fuente:  Byrsa, nº3, 2003

El viaje configura el pensamiento a causa de su penetración en lo inexplorado. Es una forma de conocimiento, una demostración que derriba mitos y leyendas. Los terrores del océano, en particular, han estado sujetos, en una muy abundante bibliografía, a interpretaciones de índole diversa, analizadas en este artículo. Ana Santos propone desterrar la idea de que fenicios y cartagineses inventan una patraña terrorífica con fines comerciales, y elabora una propuesta de base simbólica en la que el monstruo representa lo liminar, la inquietud del hombre ante lo que no controla, ante lo desconocido.


THE TERRORS OF OCEAN
(On the supposed  carthaginian closing of the Straits of Gibraltar)

The trip configures the thought on account of its penetration in the unexplored thing.  It is a form of knowledge, a demonstration that knocks down myths and legends. The terrors of the ocean particularly, have been subjected, in a very copious bibliography, to interpretations of diverse nature, analysed in this article. Ana Santos proposes to abandon the idea that Phoenicians and Carthaginians invent some frightening tall stories with comercial purpose, and devises a proposal of symbolic base in which the monster represents the border line, the anxiety of man facing what he does not control, the unknown thing.


Lo que vale la pena de un viaje es el miedo.
Albert Camus, Carnets I, 1935-37.

Soy incapaz de decir hasta qué punto estas palabras del pensador francés se ajustan o no a la realidad; pero sí me atrevería a afirmar que el miedo no ha frenado jamás la voluntad humana de avanzar más allá de los límites establecidos por el conocimiento.
El viaje es uno de los elementos destacables de la configuración intelectual del hombre (Savater 1995: 12), avanzar por lo desconocido es, en cierto modo, una manera de organizar el mundo. Precisamente en los momentos de aislamiento y expansión territorial se detecta de forma notable la creación de monstruos y peligros en las zonas liminares. A cada nuevo territorio le corresponde una colonización imaginaria anterior de seres fantásticos que representan valores extraños y opuestos a los del explorador. Héroes civilizadores como Heracles en el mundo antiguo (Lacroix 1974), santos y misioneros en el medievo, hombres de ciencia como los personajes de Sir Arthur Conan Doyle en el mundo moderno y guerreros estelares en la Posmodernidad han sido los encargados de luchar contra el caos siempre acechante.

Límites
Todos los pueblos de la Antigüedad representaron el mundo finito (Janni 1998: 23) y confeccionaron una imagen terrorífica de sus márgenes[1]. En el imaginario griego lo monstruoso y fantasmagórico ceñía la civilización de modo similar a como el Océano, único e inmenso, rodeaba la tierra con sus vagabundas olas (Avien., Orb. 74).
            Durante el Arcaísmo el viaje a los extremos supuso un argumento para encontrar las similitudes y las diferencias (Bernabé 1998), e integrarlas en el imaginario. El conocimiento y la creación de la imagen fabulosa de Occidente fueron, a un tiempo, causa y efecto de la organización y sistematización del espacio en un eje de coordenadas que respondía a la tradición de oposición centro/periferia, heredada de Anaximandro. Esta tradición arrastraría hacía los límites de la tierra tanto las maravillas como los monstruos, y justificaría en la marginalidad cultural la dominación (Payen 1997: 177). De modo que, paralela a la expansión colonial griega hacia Poniente, se producirá una migración de los mitos y las fábulas (Fabre 1981: 23).
Las narraciones de diversa índole, míticas, épicas, geográficas, históricas..., fueron poblando de dioses, héroes y seres fantásticos las tierras liminares ligadas al Océano (Janni 1998: 24). Un Océano que, ante todo, era inaccesible para el hombre.

Sombras
Algunos autores atribuyen a fenicios y cartagineses las leyendas sobre los terrores del Océano como una manera de ocultar y alejar de las rutas comerciales a los posibles competidores. En la tradición historiográfica española esta particular visión de las fuentes antiguas tuvo su punto de arranque en la obra del historiador alemán Adolf Schulten (1928; 1972).
Schulten concebía el Mediterráneo como un lugar de conflicto entre bloques antagónicos[2]; y proponía un Imperialismo Cartaginés comercial y militar al que culpaba de la destrucción de Tarteso y del cierre del Estrecho de Gibraltar (González Wagner 1986: 450;  Krings 1998b: 341 y ss.;  López Castro 1996: 289-331).
Su modelo, ampliamente debatido (González Wagner 1984; Cruz Andreotti 1987; López Castro 1996; Alvar, Martínez, Maza y Romero 1995), se ha ido desmoronando lentamente dejando paso a interpretaciones y vías de estudio que han visto premiados sus esfuerzos interpretativos con el descubrimiento de nuevos asentamientos fenicios en la costas peninsulares (Blázquez, Alvar, González Wagner 1999: 420 y ss.). El incremento en los registros arqueológicos de productos griegos, cartagineses y etruscos en la Península (López Castro 2000: 126 y ss.), la incorporación de fuentes que habían sido excluidas de la investigación (Oikonomides 1978: 83) y la lectura contextualizada de las mismas (Krings 1998a) impiden seguir manteniendo que después de Alalia e Himera el Mediterráneo Occidental cambió radicalmente.
No obstante, algunas de sus propuestas, como la interpretación que dio a los terrores Atlánticos, continúan enquistadas en nuestro conocimiento histórico.
La certeza del cierre del Estrecho como efecto directo del monopolio comercial cartaginés[3] llevó al alemán a plantear que la ausencia de noticias sobre la Península[4] o el carácter fantástico y escatológico de las existentes eran consecuencia del celo de los cartagineses por guardar las rutas para preservar sus áreas comerciales.
Hilmicón, que hizo un viaje al norte, a la tierra de estaño, refirió en su relato toda una suerte de terribles peligros, propios del Océano, como calmas, nieblas, bajos, algas, monstruos marinos (Avieno, 117, 380, 406), con el fin de atemorizar a los navegantes extranjeros. Y lo consiguió de maravilla, pues los griegos reprodujeron puntualmente esas imágenes terroríficas.[5]
Con asombro se advierte, aún hoy, la persistencia de este planteamiento en obras de referencia, manuales universitarios y trabajos de investigación[6]. Con asombro porque, como ya señalara Tarradell (1983: 104-106),  hay indicios suficientes que nos permiten negar la idea de una pretendida barrera psicológica (Alvar 1980: 49) impuesta por Cartago. El primero de ellos, el propio método de trabajo del historiador. 
La argumentación lógica del alemán consistía en un sofisma circular o dialelo, en el que se afirma una cosa por otra y ésta por la primera. Es decir, el Cierre del Estrecho y el monopolio cartaginés se basaban en el primer tratado entre Roma y Cartago (Pol. III, 22, 1-2) y en las narraciones que hablaban de las dificultades de navegación en el Océano. Y a su vez, la lectura y cronología de estas fuentes se explicaban en el monopolio cartaginés.
A este círculo vicioso se añadía una interpretación evemerística de los textos que consistía en recuperar ciertas narraciones tradicionales antiguas y darles una lectura histórico-geográfica que enlazaba perfectamente con la teoría que se quería demostrar (Cruz Andreotti 1994: 70).
Sepultada la creencia del cierre del Estrecho (González Wagner 1983: 230; Alvar, Martínez y Romero 1995: 61) y atendiendo a los estudios sobre las rutas de navegación, que demuestran que no era tan complicado navegar por él[7], sólo tendría que apelar al método lógico arriba expuesto para cerrar esta discusión; pero mejor veamos las contradicciones y paradojas a las que nos llevan estas hipótesis.

 

Contradicciones y paradojas.

Existe un grupo de informaciones sobre las navegaciones fenicias en las que se dice explícitamente que éstos ocultaban información sobre lugares fabulosos (Ps. Arist., Mir. Ausc. 136  y Diod., V, 20), llegando incluso a darse el caso de un comerciante que prefirió hundir sus naves a desvelar el destino de su viaje (Str. XVII, I, 19).
Frente a estas noticias, en las que se deja sentir ya el efecto del desprestigio cartaginés promovido por los autores romanos después de las guerras púnicas[8], existe otro grupo de referencias, mucho más abundante y totalmente contrario, que presenta a fenicios y cartagineses como informadores y puntos de apoyo para explicar la historia griega; y también como elementos de coherencia y verosimilitud dentro de los relatos griegos sobre Occidente (Bunnens 1979: 92, Plácido 1989: 46-47 y Fabre 1989: 22).
Los ejemplos son numerosos y salpican toda la literatura griega y romana: Eforo (frag. 129), Herodoto (I, 170 o IV, 196-197), Elio Arístides (Or. Aegt. 36.85), pero fueron los autores helenísticos los que más lejos llevaron esta idea, al establecer como requisito indispensable para probar la fiabilidad histórica y geográfica de Homero (Fabre 1981: 323) el que éste hubiese obtenido sus informaciones de los marineros fenicios (Str. 3.2.13 y 14).
Las contradicciones y paradojas suelen darse cuando el historiador intenta conciliar las distintas tradiciones. Lo vemos, por ejemplo, en los intentos por dilucidar la autoría del Periplo de Hannon, pues los mismos autores que defienden que el texto no puede ser púnico porque los cartagineses mantenían ocultas sus rutas, defienden también que el autor real griego ha puesto en boca de un cartaginés las noticias para que éstas sean verosímiles (Gómez Espelosín 1996: 102-103 y Desanges 1978: 39-85).
No menos contradictorio resulta el texto de López Melero (1998: 616 y ss) en el que mantiene como topos literario la información de Píndaro sobre los peligros del Océano, y al mismo tiempo cuestiona a los que niegan el cierre del Estrecho, alegando la verosimilitud de las fuentes sobre la precaria navegabilidad del Atlántico.

Sugerencia.
Decía Julio Caro Baroja (1986: 259) que ser tremendista o tremendamente original en erudición resulta un poco difícil. Y tiene razón porque, atendiendo a todo lo anteriormente expuesto y a las razones que daré a continuación, mi sugerencia es que las informaciones sobre los terrores y peligros oceánicos responden, en general, a un topos literario propio de la percepción de lo lejano, lo extraño y lo fronterizo. Cosa que los propios autores antiguos supieron ver.
Así como en los mapas, Socio Seneción, los historiadores, relegando a las partes más extremas de sus tablillas cuanto escapa a su conocimiento, escriben a modo de excusa acotaciones como: “Lo de más allá, dunas áridas y plagadas fieras” o “Sombrío pantano” o “Hielo de Escitia” o “Mar helado”, así también a mí, cuando ya la redacción de Vidas Paralelas llegue al límite del tiempo accesible al relato verosímil y transitable para la historia que se atiene a los hechos, a propósito de lo más antiguo me era correcto decir: “Lo de más allá, fantástico y patético, lo habitan los poetas y mitógrafos y ya no ofrece garantía ni evidencia”.
(Plu. Thes. 1.1-3)
Uno de esos falsos tópicos que se creía difundido por los cartagineses era la dificultad que el lodo entrañaba para la navegación. Intentaré demostrar que éste constituye en realidad un referente de las zonas extremas del oikumene.

Occidente
La lectura tradicional de las fuentes antiguas ha puesto mayor énfasis en el valor histórico que en el valor historiográfico de las mismas (Verónica Krings 1998a: 328 y ss). Esto ha provocado que los datos suministrados por los autores antiguos se valoren como hechos que explican una realidad y no como elaboraciones simbólicas que se circunscriben a una tradición literaria determinada, la del relato de viajes, cuyo éxito dependía en buena medida de la dosis de fantasía que contuvieran. En este sentido cita Medas (2000: 233-234) los relatos de Hannon y Hilmicón cuyas estructuras y elementos fabulosos indican que los textos no estaban dirigidos exclusivamente a los navegantes sino que estaban pensados para un público más amplio. Javier Gómez Espelosín señala, al respecto, el caso de Piteas que por intentar llevar a cabo una descripción menos tópica de los limites septentrionales fue duramente criticado por Polibio y Estrabón. Lo mismo que ocurriera con Antífanes de Berge (García Moreno y Gómez Espelosín 1996: 106 n. 13).
En la imagen del Extremo Occidente coexistieron siempre la fábula y el conocimiento (Fabre, 1981: 289). La experiencia real de la navegación y el recelo a lo extraño se incluyen en los relatos a través de un lenguaje simbólico, de forma que el imaginario acaba enmascarando el miedo (Plácido 1991: 128). Por eso, si queremos comprender las informaciones que se refieren a esta zona hay que tener en cuenta que  la mayoría de los textos responden a esquemas mitopoéticos que no dejan de utilizarse ni siquiera tras el conocimiento real del espacio (Cruz Andreotti y Pérez 1998: 109). Las representaciones fabulosas de Occidente persisten, no se disipan a pesar de las novedades filosóficas, aparecen fosilizados en el imaginario y sobrepasan las barreras del saber científico y físico (Fabre 1981: 310). Los terrores e impedimentos son necesarios para justificar la colonización griega y para magnificar la conquista romana. La imitatio herculi, desarrollada por Aníbal, Pompeyo, César, Trajano, Adriano o el Emperador Cómodo, en relación al templo de Heracles en Gádir (López Castro 1998, García y Bellido 1963; Piccaluga 1974) confirma el alcance de la tradición del héroe civilizador Heracles en Occidente, cuya lucha contra monstruos y tiranos se convirtió en el máximo símbolo de poder y prestigio (Carrière 1994: 81).
                      

Lodo.

La presencia de lodo, cieno o fango, en las narraciones sobre la navegación más allá de las Columnas de Heracles se puede poner en relación con la representación del final del mundo y del Hades en el Extremo Occidente correspondiente a la metáfora PUESTA DE SOL = MUERTE. Al tiempo, habría otras teorías en las que la noche se identificaría con el origen del mundo (Damascio, de principiis, 124).
La tradición griega sobre el Océano combina los relatos míticos propios y las leyendas orientales. Las narraciones de Danao, Pélope o Cadmo reivindican a los orientales como componentes activos en la configuración de la civilización helénica (P. Fabre 1981: 7 y ss), pero la literatura historiográfica respecto a este tema no siempre ha estado de acuerdo en reconocer las influencias orientales[9]. De cualquier forma, la importancia simbólica del sol poniente fue un rasgo característico de todas las culturas mediterráneas. Recientes investigaciones sobre las acuñaciones monetarias púnicas (Mora Serrano e. p.) muestran también el uso de la iconografía de sol y del Océano para señalar la situación extrema y liminar de toda la región del Estrecho de Gibraltar.
Tanto en la visión oriental como occidental, el Océano se identificaba con los límites y con la muerte. En él se sitúa el Hades de Odiseo como anteriormente se había localizado en la epopeya de Gilghamesh o en El Libro de los muertos. Además estos viajes establecen claras concomitancias con la teoría de la transmigración de las almas en la que el alma ha de pasar distintos obstáculos hacia el más allá como, brazos de mar,  pantanos, ríos. Si conseguía salir indemne, le saldría al encuentro la luz, y, si no era así le esperarían fango y las tinieblas (Platón, Phaed, 69c):
 Y puede ser que quienes nos instituyeron los cultos mistéricos no sean individuos de poco mérito, sino que de verdad de manera cifrada se indique desde antaño que quien llega impuro y no iniciado al Hades yacerá en el fango [...]
El fango es un elemento físico filosófico que representaba en las antiguas cosmogonías el principio y el fin. Un elemento que, como las serpientes y los dragones (Eliade 1986: 67) con los que suelen compartir ubicación, representan lo preformal, lo latente, lo indiferenciado. En el texto cosmogónico de Filón de Biblos recogido por Eusebio de Cesarea 10. 1, se dice: 
Sitúa en el origen del universo un aire opaco y ventoso o un soplo de aire opaco, y el caos fangoso y tenebroso. Estos elementos eran infinitos y permanecieron sin límite largo tiempo.
Para la idea de elemento primordial se puede tener en cuenta el siguiente fragmento del Génesis, 2, 7: Y creó dios al hombre del barro y la tierra.  Y también en Eusebio de Cesarea (10. 2)
(...) Según unos es el limo; según otros la putrefacción de una mezcla acuosa. De aquí procede toda semilla de creación y Génesis.
Para la expresión del Fin, servirían como ejemplo el texto de Pausanias (II, 375) en el que la entrada del Hades de Dioniso se sitúa entre una ciénaga y una fuente. Así como la descripción de Hesíodo (Escudo 150-154) del escudo de Heracles en la que dice:
Sus Almas se hunden en la tierra hacia la mansión de Hades; y sus huesos, al descomponerse la piel que los recubre, bajo el resecaste Sirio se pudren en la negra tierra.
Las narraciones que enlazan el fango con el mito del Océano también son  numerosos y están presentes en todo tipo de textos. En una de las primeras descripciones que tenemos de Occidente ya presentimos cómo la ausencia de luz, de vientos y de corrientes convierten las aguas oceánicas en una especie de estanque o ciénaga. El agua era vista, en el mundo antiguo, como un agente purificador pero si su color es oscuro se relaciona directamente con la muerte. Homero (Il.  8.477):
Yo de ti no me preocupo porque estés enojada, ni aunque vayas a los confines de la tierra y el mar, donde Japeto y Crono aposentados no gozan del brillo del Sol hijo de Hiperión, ni de los vientos [...]
Muy parecidas serán algunas de las descripciones oceánicas del viaje de Himilcón en el siglo VI a.C. aprox., recogidas por Avieno (Ora. 118-123):
El cartaginés Hilmicón asegura que estos mares a penas se
pueden atravesar en cuatro meses, tal como él mismo contó
que lo había comprobado navegando personalmente. Así,
ningún viento empuja la nave a gran distancia;
así mismo el agua del mar perezoso no se mueve en sus
dominios (...)
En otros pasajes del mismo relato también hace mención específica del fango como impedimento a la navegación Atlántica (365-66):
(...) cuenta que el mar de alrededor
y el más cercano continúan siendo muy poco profundos en
una gran extensión, que las embarcaciones cargadas no
pueden acercarse a estos parajes por la cantidad de
agua y por el espeso lodo del litoral.
Otros ejemplos reveladores que insisten en esto son el de Escílae de Carianda (Periplus I):
Más allá de la isla de Cerne no se puede navegar por el poco fondo del mar, el fango y las algas.
El de Platón (Crt 108) en el que la causa del hundimiento de la isla Atlántida, es el lodazal:
[...] habiéndose hundido por causa de seísmos, constituye un obstáculo en forma de lodazal intransitable para los que por allí hacia el piélago total navegan.
También en el siguiente texto de Aristóteles (Mete. 354a 22), se vuelve sobre la misma idea:
En cambio las zonas situadas en la parte de fuera de las Columnas son poco profundas por causa del fango; no las bate el viento porque este mar se encuentra en una especie de cuenco.
Terminamos este repaso con la original confluencia de elementos que propone Aristófanes en  Las ranas (v.v. 139-151). En esta obra la descripción del viaje al Hades se carga de sorpresivas similitudes con el viaje a Occidente. Así ocurre en el siguiente fragmento, en el que un Heracles, ya socarrón y objeto de chiste, relata a un Dioniso ridículo cómo guiarse hacia el Averno:
HERACLES. En una barquita así de pequeña un viejo marinero te la hará atravesar (la laguna Estigia), cobrando dos óbolos por el pasaje.
DIONISO. ¡Ay! ¡Qué gran poder tienen los dos óbolos en cualquier sitio! ¿Y    cómo llegaron allí?
HERACLES. Los trajo Teseo. Después verás serpientes y mil bestias terribles.
DIONISO. No me asustes ni me des miedo: no vas a hacerme volver a atrás.
HERACLES. Y luego mucho fango y estiércol que fluye incesante; y yaciendo en él, al que hizo injuria a un extranjero o, tras tirarse a un muchacho, se quedó con el dinero, o pegó a su madre o golpeó la mandíbula de su padre o juró con perjurio o plagió un parlamento de Mórsimo.
La comedia antigua busca golpes humorísticos, chistes, situaciones absurdas o ridículas con el objeto de causar un determinado efecto en su público. Los cómicos consiguen este efecto gracias a su conocimiento de lugares comunes. Según Jaeger (1996: 335) en la comedia de Aristófanes lo real se disuelve en una alta realidad intemporal, fantástica o alegórica, de este modo Aristófanes utiliza la figura distorsionada de Heracles y todos aquellos recursos con los que habitualmente se relacionaba Occidente. El lodo asociado tradicionalmente al Hades, se utiliza conscientemente porque le es familiar a la audiencia.


Toda esta amplia tradición sostiene una imagen de Occidente como frontera de la noche; por eso el fango, el excremento, la podredumbre y todo lo repulsivo y contrario a lo que significa la vida han de encontrarse allí. Esta idea también ha podido influir, quizás, en el hecho de la admiración griega hacia los fenicios, pues los verían como una especie de Carontes inauditos, comunicadores de ambas orillas, no la de Oriente u Occidente, sino la de lo conocido y lo desconocido, la de la vida y la muerte.
Queda descartada, una vez más, la teoría sobre el cierre del Estrecho. Los terrores del Océano ya no puden ser vistos como esas mentiras púnicas que decía Posidonio (apud Str. 2, 5, 5), y que los apriorismos historiográficos e ideológicos difundieron desde la Antigúedad. Más bien estos peligros deben comprenderse dentro del esquema de percepción del espacio marginal. Un esquema que sobrepasó los límites de la Antigüedad y del Medievo, y llegó completamente vivo al Renacimiento, tal y como demuestran las láminas y los mapas que acompañaron las navegaciones atlánticas de los grandes descubridores.






[1] Sobre los tópicos y la geografía mítica de los límites del mundo ver Ballabriga 1986; P. Fabre 1981; Plácido 1995-96; Pérez y Cruz Andreotti 1998, Gómez Espelosín 1994.
[2] La visión del Mediterráneo en términos de competición propuesta por autores como Boardman (1973: 169 y ss.) es una creación de la historiografía moderna, cimentada sobre la tradición antigua que trataba de explicar la historia como una sucesión de imperios universales (Krings 1998a: 499-513) y basada en el paradigma positivista, determinista y excluyente de los estudios clásicos (Bernal 1993: 263-310; Canfora 1991; Finley 1984: 91 y ss).
[3] Desde la destrucción de Tartessos fue Cartago dueña del Mediterráneo y del Océano. El Estrecho de Gibraltar quedó cerrado desde el año 500 para todo navegante extranjero  (Schulten 1972: 132).
[4] Sobre los silencios de Herodoto se puede ver: Cruz Andreotti (1991) y Gómez Espelosín (1993).
[5] Schulten 1972: 133 y  también: 1925: 30 y 96;  1928: 776; 1955: 123-124 y 139-40.
[6] Las obras citadas son sólo una pequeña muestra un tanto azarosa que pretende demostrar el itinerario seguido por esta idea. García y Bellido 1942: 177 y ss y 1952: 512 y ss; Dion 1977: 136; Bendala 1987:108; López Melero 1988: 616-7; Mangas y Plácido 1994: 59 y 1998: 447; Gómez Espelosín 1996: 101; Tsiolis 1997:18.
[7] Fernández Miranda (1988: 460), basándose en los hallazgos de piezas de bronce como los de Can Gallet en Formentera, plantea la hipótesis de que el Estrecho debió dejar de ser un obstáculo abstracto a lo largo del Bronce final, y se convirtió en un lugar relativamente transitado coincidiendo con la navegación fenicia y con los importantes conocimientos técnicos que éstos pudieron aportar. Al respecto, ver también  Alvar 1988 y Díes Cusí 1994. Sobre la navegación astronómica, Medas 2000: 242 y ss.
[8] Sobre la distorsión que tuvo la visión de Cartago a partir del Poenulus de Plauto ver Dubuisson: 1983 y Franko 1994: 163 y ss .
[9] Sobre la problemática historiográfica de las influencias orientales ver Bernal (1993). Estudios concretos de esta influencia además del trabajo de Fabre que alude directamente a las concomitancias con la representación de Occidente, ver Burkert 1992;  Morris, 1995. Específico para los fenicios el capítulo 7 de West 1999.



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