Existen dos formas muy
distintas de conocer y retratar una ciudad. Podemos guiarnos por los
itinerarios turísticos tradicionales y hacer una lectura del paisaje urbano
desde la visión vertical que propone la arquitectura. O bien, avanzar sin rumbo
por sus calles prestando especial atención al paisaje horizontal, en el que
destacan entre otros elementos: escaparates, publicidad de espectáculos,
carteles, rótulos, grafitis...
Ambas opciones ofrecen
posibilidades ilimitadas al curioso transeúnte, pero es el paisaje horizontal con su desmesurada riqueza
icónica, el que nos permitirá tomar contacto directo con la cultura alternativa
de la ciudad y con las miles de voces clandestinas que ocasionalmente dejan sus
mensajes en el mobiliario urbano. En muchos de ellos hay una literatura concisa
e incisiva que, a veces, merece un examen especial.
Esta pintada realizada en el interior de un
antiguo depósito de agua de Almería, es un buen ejemplo de lo que digo.
Resulta inquietante leer semejante
sentencia, porque para el hombre, la luz, asociada al calor y al sol, ha sido siempre una de las piezas fundamentales de
la vida.
Las narraciones míticas, en las
que dioses y héroes civilizadores personifican la energía solar, y los relatos
de creación en los que la luz antecede a todas las demás realidades (Gén., 1,3), demuestran que desde muy antiguo la
luz se ha configurado en nuestro imaginario como un principio ordenador,
contrario a la muerte, al caos y a las sombras. Es decir, se ha usado como
símbolo de la sabiduría, del bien, de la divinidad, de la esperanza y del
conocimiento en casi todas las sociedades.
Ahora bien, como leemos en El
Elogio de la sombra de
Tanizaki, ha sido Occidente, siempre al acecho del progreso, el que mayor énfasis ha puesto en la
búsqueda de claridad. En su discurso, la luz se identifica directamente con el
modelo de desarrollo económico y social occidental. Y las tinieblas quedan
reservadas para el fundamentalismo y la barbarie de los pueblos que nada saben
de aquel pensamiento ilustrado que dio entidad al individuo contemporáneo y que
alumbró, no sin dolor, los principios de igualdad y libertad sobre los que
descansan las democracias actuales.
Teniendo en cuenta estas observaciones y el absurdo momento
histórico que vivimos, tal vez cabría preguntarse si no será precisamente ese
pensamiento único y monolítico, ese sistema de normas arbitrarias, esa luz
injerente, de justicia infinita, de lo que realmente pretende advertirnos el
autor de la pintada.
Fuente: Luke, nº 29, 2002.
Tiempo después de escribir este texto supe por el Sr. Curri que la pintada se hizo durante el rodaje del corto La Luz Mata, 2001. La fotografía ilustró en 2007 el libro de relatos Muertes de andar por casa de Fernando Sánchez Calvo.
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