Igual que a Marcel Schwob, Monelle me encontró en la llanura por donde andaba errante. También a mí me tomó dulcemente la mano para llevarme a su casa de muñecas y enseñarme que la luz es un embuste. Después me susurró al oído con esa sensibilidad dolorosa colmada de muerte que Mario Praz imputaba a su creador y dijo, para imaginar un arte nuevo hay que destrozar el arte antiguo. Y así el arte nuevo parece una especie de iconoclastia. Porque toda destrucción está hecha de escombros y nada es nuevo en este mundo más que las formas. Pero hay que destruir las formas.
Monelle, atrapada en la mirada lenta y trágica de Louis, sabía del peso de la tradición y del poder evocador de las ruinas, pero su débil existencia le hizo comprender que había que mirar las cosas bajo el aspecto del momento. Y, por eso, antes de abandonarme para volver a la noche, dijo así, no te dirijas hacia las permanencias, no exixten ni en el cielo ni en la tierra.
En 1894 Marcel Schwob publicó El Libro de Monelle, su acogida entre la crítica del momento fue excelente. La sensibilidad y la melancolía fueron los aspectos más alabados de sus páginas. También hoy la emoción con la que el joven escritor expresó el dolor que le produjo la pérdida de su amada Louis, es lo que más destacan sus devotos lectores, como gustaba llamarlos Borges.
Pero detrás del decadentismo, la fantasía y la belleza de éste y de todos los escritos de Marcel, encontramos siempre una profunda reflexión sobre el arte y la creación del momento.
Desde la fría y angosta soledad, Monelle nos informa de la experiencia artística del París de finales del XIX, de esa nueva actitud frente a las obras que desembocará en la radicalidad de las vanguardias. Es la época dorada del liberalismo económico de Adam Smith, pero es también un momento de feroz decadencia, inicio del desequilibrio de la producción que llevará a la crisis del 29. La técnica y la industria introducen dinamismo, y este sentimiento de velocidad es el que encuentra concreción en el impresionismo.
En los ismos finiseculares se plantean la destrucción del relato, la emancipación de la técnica y el nuevo valor de la luz, hechos que provocan la ruptura de las formas, la negación de la perfección de los contornos, la reivindicación de lo transitorio y lo intemporal. Así como una progresiva purificación en la obra de arte, que tiende hacia lo originario, elemental e infantil.
También Marcel Schwob regresó una y otra vez a la simplicidad y autenticidad de los personajes infantiles. Seguramente porque en los días de lluvia oscura las palabras de Monelle le eran devueltas, los hombres buscan su alegría en el recuerdo, y resisten a la existencia y se enorgullecen de la verdad del mundo, que ya no es verdadera al haberse convertido en verdad...
Fuente: Espacio Luke, nº 24, 2002.
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