Alberto Giacometti
L´Objet invisible (1934-1935)
El lenguaje de
las golondrinas
Esa mujer que nunca cometió delito, se
aferra a la silla de castigo.
En sus manos el escultor ha modelado el
silencio que denuncia la existencia.
Esa mujer que nunca conoció ídolos, sujeta
sin temor el abismo.
En su rostro el escultor ha compuesto la
obertura de los malos tiempos.
Ese objeto invisible que nunca fue
cincelado, mantiene cautivo el tiempo.
En su inexistencia Giacometti ha profetizado
la huida hacia el infinito
de un espacio irónico que inevitablemente
consumirá al hombre.
Visité hace algunos años la
Fundación Maeght, un centro de arte contemporáneo situado en Saint-Paul de
Vence. El edificio, construido en perfecta sintonía con el paisaje: piedra,
madera y toda la fantasía y el
color Miró, alberga obras de las más grandes firmas del siglo XX.
Allí descubrí la fuerza
compositiva de las líneas paralelas en Ubac, los incontables matices del color
negro en Soulanges. Reencontré las ensoñaciones cromáticas de Chagal, la
monumentalidad tubular de Léger y el movimiento perpetuo de Cálder... Pero,
sobre todo, pude admirar por vez primera L´Objet invisible de Giacometti.
La aproximación de un lector/observador
a una obra de arte o a un libro es una experiencia compleja y suele ocurrir que
en distintos momentos de nuestra vida ese acercamiento suscita distintas
comprensiones.
En aquella primera lectura de la
imagen de Giacometti el artificio y el sentido lúdico fueron los motivos
principales de sorpresa. Motivos que apelaban al trabajo escultórico en sí, al
juego mantenido entre el autor y el espacio, entre la pesadez de la figura
totémica y la ingravidez del objeto invisible, entre la tensión del cuerpo y el
movimiento en potencia de los brazos.
Sin embargo, años más tarde es
el lenguaje profético de esta escultura lo que me fascina. El vacío contenido
en las manos de la mujer parece el preludio de un espacio que a través de
perspectivas imposibles reducirá y contraerá la obra posterior de este moderno
rey Midas que, emulando la guerra y la intransigencia de la vieja Europa,
disecó todo cuanto sus manos alcanzaron rozar. Las esculturas y dibujos de su
segunda etapa, esas figuras afligidas por el debate entre el ser y la nada se
convirtieron en los mejores intérpretes del tono vital del existencialismo y
aún agitan el ánimo de todos aquellos que no han sido contaminados por el virus
de la autocomplacencia occidental.
La mujer que antaño recreé en
actitud devota ofreciendo al observador libertad e ironía, a duras penas puede
hoy mantener el equilibrio sobre el abismo de un tiempo dominado por la
liturgia de la amnesia. Su lenguaje oscuro es el lenguaje de las golondrinas y
su voz sorda es la voz de Alejandra:
¿A qué, miserable de mí,
grito largamente a sordas
piedras, a insensibles
olas,
a ásperas selvas,
emitiendo
de mi boca vano clamor?.
Fuente: Luke, noviembre, 2001.
Qué acierto, Ana: "profecía" es justo la palabra. Exacto.
ResponderEliminar¡Qué precisa tu mirada!
Abrazos.