Anagaviera en ocasiones escribe

viernes, 9 de septiembre de 2011

2004: los ojos de los romanos


SUSURROS

Escultura: Javier Huecas

A veces entre las nubes negras, y los aludes de polvo, veo los ojos de los romanos. ¿Seré yo un romano?
J. E. Cirlot

Salgo a pasear por este cuaderno herido y mi único deseo es desparecer detrás de las palabras. La comprensión del mundo es imposible, escribirlo un hecho traumático. Invoco las ruinas de antiguas esperanzas y descubro la verdadera dimensión del futuro maltrecho que nos espera. El olvido nos ha embriagado. ¿Cuánto más hemos de humillarnos para sentir que estamos vivos? La inspiración ha sido abatida por la agónica torpeza de los gobernantes. Crece en mí el palimsesto. Un mundo nuevo no llegará porque la injusticia y la barbarie se han instalado plácidamente en la normalidad. La vida, ¿qué sentido tiene?  Conozco a un artista consumido por el horror de este tiempo de susurros. Se llama Javier Huecas y me ha contado que hay niños abandonados frente a las pantallas de televisión, niños que esperan ansiosos la próxima guerra para poder llorar la ausencia de caricias. Él los ha modelado en arcilla, atados a sus sofás de barro, hundidos en el lodo primigenio. Su tristeza creadora le consume. Su tristeza, como la de Cirlot, se parece a Cartago. Gemidos, sollozos, lamentos: el caos se apodera definitivamente de este cuaderno. Los trazos de mi escritura cambian a diario. No estoy centrada. Un buen psicólogo enseguida descubriría el desequilibrio que muestran estas letras deformes. El mundo también es deforme. La noche nunca se fue. Aquí y allá percibo el olor ácido del engaño. ¿De qué materia estoy hecha? Mi cuaderno sufre la virulencia del pensamiento. Debería escribir sobre este vacío invasor, sobre la sangre que no fluye ya por mis venas, sobre el estrecho límite que separa el dolor simbólico y el físico. Nunca conocí el silencio, pero un muro de susurros oculta las líneas paralelas. ¿He llegado tarde o, tal vez, llegué demasiado pronto? El miedo y la inseguridad me arden.
                                                                      Cartago también se parece a mi tristeza. 


Fuente: Espacio Luke, nº 48, 2004.

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