SUSURROS
Escultura: Javier Huecas |
A veces entre las nubes negras, y los aludes de polvo, veo los ojos de los romanos. ¿Seré yo un romano?
J. E. Cirlot
Salgo a pasear por este cuaderno herido y mi único
deseo es desparecer detrás de las palabras. La comprensión del mundo es imposible,
escribirlo un hecho traumático. Invoco las ruinas de antiguas esperanzas y descubro
la verdadera dimensión del futuro maltrecho que nos espera. El olvido nos ha
embriagado. ¿Cuánto más hemos de humillarnos para sentir que estamos vivos? La
inspiración ha sido abatida por la agónica torpeza de los gobernantes. Crece en
mí el palimsesto. Un mundo nuevo no llegará porque la injusticia y la barbarie
se han instalado plácidamente en la normalidad. La vida, ¿qué sentido tiene? Conozco a un artista consumido por el
horror de este tiempo de susurros. Se llama Javier Huecas y me ha contado que
hay niños abandonados frente a las pantallas de televisión, niños que esperan
ansiosos la próxima guerra para poder llorar la ausencia de caricias. Él los ha
modelado en arcilla, atados a sus sofás de barro, hundidos en el lodo
primigenio. Su tristeza creadora le consume. Su tristeza, como la de Cirlot, se
parece a Cartago. Gemidos, sollozos, lamentos: el caos se apodera
definitivamente de este cuaderno. Los trazos de mi escritura cambian a diario.
No estoy centrada. Un buen psicólogo enseguida descubriría el desequilibrio que
muestran estas letras deformes. El mundo también es deforme. La noche nunca se
fue. Aquí y allá percibo el olor ácido del engaño. ¿De qué materia estoy hecha?
Mi cuaderno sufre la virulencia del pensamiento. Debería escribir sobre este
vacío invasor, sobre la sangre que no fluye ya por mis venas, sobre el estrecho
límite que separa el dolor simbólico y el físico. Nunca conocí el silencio,
pero un muro de susurros oculta las líneas paralelas. ¿He llegado tarde o, tal
vez, llegué demasiado pronto? El miedo y la inseguridad me arden.
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